lunes, 30 de marzo de 2009

ADIOS al gafe

Una inocente risita, de lo más ingenua es capaz de provocar toda esta cadena de acontecimientos.
Viernes - Otto y yo bajando una de tantas cuestas de esta ciudad. Él a lo suyo, la caza del tesoro, zigzagueando e impredecible en su siguiente quiebro. Un tirón, no más brusco de lo habitual, pero yo iba en la berza. Allá voy, de narices al suelo. Y como conducta ya adquirida en la infancia, para no romper más de lo imprescindible, me abalanzo sobre mi brazo izquierdo (especialista en esguinces absurdos). Me levanto de inmediato – antes de convertirme en el espectáculo vecinal – y camino con altivez. Eso sí, mi elegancia se quedó en la acera, un agujero en el pantalón a la altura de la rodilla, y una herida fea que tardará en desaparecer.
Lunes – Ágil, dirijo mis pasos hacia el supermercado. Larga lista para no olvidar nada importante. Una compra grande que llevarán a casa. Más rápido de lo previsto y con unos cuantos caprichos en el carrito. Misión cumplida.
Martes – media tarde, esperando mis bienes recién adquiridos. Ya empezaba a maldecir la falta de puntualidad (en un tramo de tres horas), cuando suena el móvil. El bueno del repartidor que lleva un rato llamando al piso equivocado. Sube raudo, y apenas tengo tiempo de quitarme las pantuflas. Aterriza en la puerta con una mala noticia: un brick de leche roto, por exceso de velocidad al salir del ascensor... Si quiero, se lo lleva y lo trae al día siguiente. Es uno nada más, me lo quedo e intento poner una de esas sonrisas de “aquí no ha pasado nada”. El chico, aliviado, sigue su loca carrera.
Lo que él ni se imagina es el tremendo asco que me produce el olor a leche. Bayeta, agua caliente, Fairy, y a frotar. El líquido blanco que se ha salvado va a la botella de cristal. Los envases que compartían caja pasan al mueble, impecablemente limpios. Tiro la bayeta a la basura (cada uno con sus manías, es lo que hay). Y encime era la última; de nuevo al super a por otra...
Necesito un paseo y aire fresco.
Ya de noche, y porque yo lo valgo, me dispongo a abrir una botella de vino. En ese preciso instante soy consciente de que el sacacorchos se jubiló... Respiro hondo...
Miércoles – Sin ganas de hacer recados, salgo a por un maldito sacacorchos. Retomamos la apertura, ya relajada, con una película esperando en el DVD. Lo introduzco, voy girando (lo de abrir botellas nunca me ha gustado), falta bajar las dos palancas y podré al fin beber un sorbito... Inicio el movimiento de descenso y de pronto me quedo con el artilugio en la mano. Miro estupefacta para el corcho y allí está incrustado el muelle... En un acto heroico de dominio de la situación, agarro unas tenacillas del marisco, y al más puro estilo troglodita, y con fuerza sobrehumana, arranco el maldito tapón y doy rienda suelta a la alcoholemia...
Lo demás ya son pequeñeces: devolver el maltrecho sacacorchos; salir de casa el último amanecer antes del cambio horario, cámara en mano, para hacer unas fotos de las impresionantes vistas desde el tren (la batería sin cargar)...
Pero hoy doy por concluida la racha. Debajo de una carpeta sobre la mesa de trabajo, ha aparecido mi reloj, extraviado desde hace unos días. Y esa es la señal... ¿de qué? Pues ni idea.
NOTA – Dedicado a J y CH, prometo no volver a reírme de los males ajenos. Y también va por Zadelia y el calambre.Un brindis.

sábado, 21 de marzo de 2009

Ojalá octubre - Juan Cruz Ruiz

No escribo... Leo, ¿y tú?
Texto de la contraportada:

Este libro nació de una mirada, la de mi padre. Vi en ella desolación, el final de la esperanza, la cancelación definitiva de la felicidad. Jamás he podido olvidar esa mirada. Para entenderla he escrito. Como si fuera una búsqueda del reencuentro con la ansiedad de vivir y ser feliz. Un día, en medio de un camino, vi en un espejo oscuro la figura de mi padre. Alcé la mano para saludarlo en medio de la fascinación de lo imposible, y observé que esa mano me saludaba a mí mismo. Un día encuentras siempre la mirada que perdiste.

No subrayo, pero si lo hiciera, marcaría párrafos como éstos:

En el camión él era feliz, tarareaba. Era feliz con muy poco; acaso con los domingos por la tarde, cuando se vestía e limpio, iba al cine, solo, compraba su entrada, se sentaba cómodamente, miraba la pantalla. Luego nunca comentaba las películas; llegaba a casa como si viniera de misa, como si todas las películas fueran iguales.

Lo heredé. Respondo cuando no me preguntan, y cuando me preguntan me aturdo; nací preguntando, vivo de las preguntas, me cuesta responder.

El éxito, cuando se cuenta, se parece a la mezquindad.

Olvidar no es dejar de querer, pero a veces no se olvida lo que no quieres que haya sucedido.

Él tenía apetito y la mirada perdida en el horizonte sobre el que en ese momento ya no vislumbraba risa alguna, él estaba solo; era un hombre solo, la amargura del tiempo, la del pasado, no tenía nada que ver con esa amargura; ésa era de algodón, se atragantaba, era como el llanto que no se atreve a salir, y era como el silencio, una nube plomiza en la que él ya había decidido habitar.

Cuando me siento a escribir esa sensación de haberle visto siempre arañando la felicidad sin poder tocarla de verdad entera, viene a mi memoria otra vez esa frase en la que Truman Capote recuerda el instante en que fue feliz, en octubre.
“Me gusta tanto este mes que ojalá siempre fuera octubre.”

Un instante de felicidad y de pronto todo ese mes es maravilloso. Y la magia de esa palabra en forma de deseo, OJALÁ.


Puedes leer el principio
aquí.


Mira que te lo tengo dicho (blog de Juan Cruz – El País)

viernes, 13 de marzo de 2009

Ray Loriga

Lo peor de todo

De niño me lo había tragado un poco y pedía perdón a Dios después de cada paja. Pero es que de niño te cuentan muchas estupideces y como eres pequeño y tienes las orejas más grandes que cualquier otra parte del cuerpo entra todo.

Oxa se cree que es un gato, se te sube encima y pretende que la cojas en brazos. Es muy cariñosa, pero pesa doscientos kilos. Cuando se pelea con otros perros no se da cuenta de lo grande que es y se esconde.

Leí en un periódico que un pastor había derribado un helicóptero de una pedrada. Resulta que el helicóptero andaba por allí asustando al rebaño y al pastor se le ocurrió que a lo mejor conseguía ahuyentarlo a pedradas. Después aparecieron los de la televisión y los de la radio y los de los periódicos y al pobre hombre le faltaban piedras para sacarlos a todos de su prado.

Los profesores no me gustan porque no creo que sean buena gente. Cualquiera que piense que tiene algo que enseñar es por lo menos sospechoso.

Caídos del cielo

Que tu hermano mate a alguien no deja de ser una experiencia. No es como leerlo en el periódico. El horror pasa a formar parte de la familia y eso lo cambia todo. Al muerto no le conoce uno de nada, pero al asesino sí. No digo que esté bien, no quiero que nadie se confunda, sólo digo que cada pistola tiene dos lados y a cada lado hay una persona, y que si se explica bien la historia, no como la contaron en televisión, la canción suena de otra forma. Aunque, eso sí, sigue siendo una canción llena de muertos.

No entiendo nada de lo que pasa. No soporto que me griten y que digan que he robado si no he robado y nunca pensé que pudiera encontrarme una pistola en la basura y sobre todo no me imaginé que matar a la gente fuera tan fácil.

Siempre hay alguien que quiere ir al sitio del que todos los demás se escapan.

Tokio ya no nos quiere

...las cartas más tristes no llegan nunca a su destino. Así es como funcionan los antidepresivos. Carteros despistados que se olvidan de entregar las malas noticias.

La memoria es el perro más estúpido, le lanzas un palo y te trae cualquier otra cosa.

Suerte es una palabra que debería quedar reservada para los que aún están esperando.